En la línea temporal de la vida de una persona siempre existen acontecimientos bisagra. Eventos que, de una u otra manera, redireccionan destinos o empujan decisiones necesarias. Si tuviera que trazar la mía, marcaría dos grandes acontecimientos bisagra: uno ubicado en 2020 y otro en 2022.
En 2020 llegué a Valencia envuelta en un contexto para nada prometedor. Pese al marco de incertidumbre que la pandemia había impreso a nuestros días, la alegría de saberme cumpliendo un sueño lo inundaba todo. Las cosas se encaminaron rápidamente: hubo casa, hubo trabajo, hubo amistad… ¿Para qué más?
En 2022 falleció mi abuelo, a sus 80 años y a 10.175 kilómetros de mí. Entendí en ese momento lo que puede significar un duelo en la vida de una persona migrante. Entendí también que la distancia puede transformarse en cientos de kilos que pesan sobre una espalda. Conocí el dolor de una doble ausencia: la de él en nuestras vidas y la mía en Argentina.
En 2020 me fui, pero en 2022 lo asumí.
Y entonces volví a la escritura.
Al principio de manera compulsiva, desenfrenada. La escritura se volvió una especie de drenaje emocional incontrolable. Después empecé a ordenarme, a usar las palabras como bálsamo y como puente: me servían para calmar momentos de angustia y me transportaban a casa cuando más lo necesitaba.
A la escritura le debo haberme permitido estar presente en mi ausencia, y acariciar con palabras lo que no podía con las manos.
Pasó casi un año de aquel evento bisagra.
Entregarme genuinamente al placer de la escritura fue una de las mejores decisiones de mi vida. Dejar de ponerle coto a un deseo efervescente, permitir que las ideas exploten sin miedo sobre el papel. Compartir algo de todo eso que escribía con las personas que quisieron leerme fue mágico. Por eso, hoy elijo compartirme también en este nuevo lugar…
…deseando que la escritura nos siga llevando a volar.💫